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En febrero del 2019 tuvo lugar un espacio abierto de debate en la Fundación Telefónica en el que el experto José Ignacio Latorre, catedrático de Física Teórica de la UB, colaborador habitual de centros de investigación internacionales de alto prestigio, avanzaba que la inteligencia artificial podría ser realmente beneficiosa para la sociedad, dependiendo de la perspectiva con la que se la mirase. Considerando que cada vez son más las informaciones alarmistas que alertan del riesgo de la pérdida de puestos de trabajo, bien vale retomar una reflexión contraria, dada por alguien tan prestigioso.
Probablemente si preguntamos a un empresario que ha gestionado su fábrica desde hace más de una década sobre el desarrollo del trabajo en la misma y la productividad tras incorporar métodos de digitalización, incluída la inteligencia artificial, su opinión sea completamente positiva en la mayor parte de los casos. Pero, socialmente -y es en esa sociedad en la que se encuentra la empresa y por ello es vitalmente importante-, generalmente se asocia con algo poco positivo. Una de las reflexiones del catedrático a ese respecto venía dada por el desconocimiento que supone actualmente la IA.
De hecho, el miedo a lo desconocido se proyecta e influye en la cultura popular. Es más, vale echar un vistazo a novelas, comics y cine para ver como los personajes cibernéticos (que bien podrían representar esa inteligencia artificial en la ficción), se describen como los malos del cuento y son una amenaza para el ser humano. Algo que se nos escapa del control o que no comprendemos, tendemos a mirarlo con “malos ojos” o con una actitud defensiva.
No es la primera vez que en nuestro blog hablamos de la IA como tercera gran revolución. Tampoco es algo extraño en muchas revistas científicas, ni como término dentro de los ensayos y presentaciones de grandes investigadores. Y es precisamente en ese símil en el que podemos basarnos para acallar esos miedos que comentábamos en el párrafo anterior, y restar relevancia a las tantas informaciones que hablan de pérdidas de puestos de trabajo por la llegada de la inteligencia artificial.
No es necesario negar que las relaciones entre humanos y máquinas son complejas, además de conllevar per se un debilitamiento para los primeros. Al delegar funciones que asumían las personas, se pierde capacidad física e intelectual sobre todo el proceso. En las primeras etapas de la Revolución Industrial, se encadenó a los trabajadores a máquinas en las fábricas en unas condiciones de semiesclavitud que generaron brechas sociales y de desigualdad. Poco a poco, los parlamentos comenzaron a legislar para evitar esas situaciones no deseables. Y considerando que la revolución actual se parece bastante a aquella desconocida para la fecha, no se debe temer que ocurra exactamente lo mismo si se implementa con ética.
Sí que es cierto que la diferencia con la Revolución Industrial es evidente, ya que ahora las máquinas no solo hacen esfuerzos físicos y mentales relacionados con el cálculo, sino que con la IA, pueden tomar decisiones de manera autónoma, algo que hasta el momento solo estaba asociado a las personas. Pero, ¿acaso en plenos inicios de la revolución industrial no era tan desconocido el esfuerzo físico o de cálculo como lo es ahora el de la toma de decisiones?
José Ignacio Latorre lo tiene claro. No hay duda de que la inteligencia artificial es el instrumento más potente que hemos creado en relación con la capacidad que tienen las máquinas para el trabajo. Sin embargo, es también optimista y considera que la humanidad será capaz de corregir esos efectos nocivos que vienen asociados al progreso técnico para que las ventajas del mismo sean una realidad y se minimicen esos defectos que podrían producir.
El poder de esa IA es tan increíble en la actualidad que los propios humanos que la hemos creado no somos capaces de entender cómo funciona. Un ejemplo médico del que hemos hablado en otras ocasiones en nuestro blog es perfecto para ilustrar de manera sencilla este argumento. La programación de unos algoritmos que resuelven la tarea del diagnóstico de una determinada enfermedad con una serie enorme de datos da como resultado una criba de potenciales pacientes en riesgo que en el diagnóstico médico personal no habían sido detectados y que, sin embargo, sí tenían dicha enfermedad. Utilizarlo para esto y asegurando que son las personas las que hacen ese segundo control implica una mejor calidad de vida para los pacientes, así cómo evitar los falsos negativos con consecuencias personales graves. Y esto solo es posible apostando por la aplicación de la ética en todos los ámbitos empresariales en los que se implemente la IA.
Como todo, la inteligencia artificial no es en sí misma algo negativo sino todo lo contrario por las puertas que podría abrir en todos los sectores. El efecto negativo podría venir a cómo se ejecute en procesos específicos que, sin embargo, no podrían ser implementados con todos esos defectos si se pasa previamente por un filtro ético. Y esto parece indicar que será más que necesario incorporar a las plantillas personas formadas en carreras sociales y de letras puras que hasta ahora parecían ser esas en las que nadie auguraba una buena salida laboral.