La inteligencia artificial se ha convertido en la piedra filosofal de un nuevo sistema basado en el análisis de datos. Todas las personas pasan por una serie de procesos que puede cambiar para siempre la manera de verlas. No todo vale a la hora de vender, sino que hay también unos sistemas que deben ser respetados. La ética de la inteligencia artificial se pone sobre la mesa
El sistema no conoce de bien o mal, no sabe qué está bien y qué no, que elementos son positivos y qué elementos son negativos. Se busca una serie de normas y de elementos que pueden ser determinantes y que realmente estarán relacionados con la capacidad de trabajar con estos datos de todo ser humano.
La ética llega para intentar aportar un poco de luz a un sistema que realmente acabará siendo el que marque el futuro y encare una serie de normas a algo que ahora mismo no lo tiene. Ponerles la parte humana a unos datos puede llegar a ser un problema, pero es necesario a medida que se va viendo el destino que llega de una forma o de otra.
Es el tiempo el que marca los cambios, cuando por fin se detiene o empiezan a aparecer las consecuencias de ese nuevo mundo se necesita una regulación.
Hasta la fecha no ha habido nada que haya sido capaz de cambiar el sistema. Solo una parte que ha cambiado para siempre el mundo. Los números y los datos son los que acabarán marcando un camino que puede llegar a ser totalmente inesperado. Se busca una nueva forma de trabajar. De entender que no son solo datos, sino que además forman parte de lo que es cada ser humano.
Es el momento de que la ética ponga sobre la mesa las consecuencias que suponen en estos datos para cada ser humano. No todo vale en un mundo de ventas, en una inteligencia artificial que no conoce la diferencia entre el bien y el mal. En pleno siglo XXI, se necesita la manera de cambiar para siempre esta forma de hacer las cosas y de ver el mundo.
Se necesita regular las emociones o la información, el destino de unos datos que pueden modificar la forma de ver el mundo a las personas está presente. El bien y el mal llegan a los datos y a la inteligencia artificial.
Los datos son el poder más grande que en este momento se tiene. Es la capacidad, la etiqueta que una persona posee para poder ir viendo el mundo a su manera. Antes que nada, se necesita enfrentarte a algo que de verdad puede cambiar para siempre su realidad. Hay datos que no se pueden compartir.
Hay elementos íntimos que son básicos y que, por ejemplo, todo lo que se refiere a alguna enfermedad puede modificar la vida que esta persona está llevando. La privacidad en los datos o el análisis correcto, dejando a un lado algunos elementos que pueden alterar el curso de la vida de las personas es clave.
La inteligencia artificial se está usando para ayudar al ser humano, pero con algunos matices. Puede ser la culpable de que el mundo empiece a cambiar de forma desmesurada, de que todo el universo tenga una forma en concreto. Es capaz de uniformizar algunos datos.
Cada vez más, en redes sociales hay un único mensaje que es el que llega a todo el mundo, es el llamado viral que condiciona unas reacciones.
Es el momento de atender a lo que dice, de guiarla y demás de dejarse ayudar de la manera que el planeta y el ser humano necesita. Analizar datos es más rápido, pero también puede ser perjudicial para las personas que los generan.
Barcelona ha creado la llamada: “Declaración de Barcelona para un desarrollo y uso adecuados de la inteligencia artificial en Europa”. En un sistema de seis puntos que marca la autonomía, la responsabilidad, los datos que no pueden ser compartidos o una serie de elementos que ponen a la ética por encima de una inteligencia artificial que va cambiando.
Este paso de Barcelona es el que se debe empezar a hacer con cuidado y con la capacidad de cambiar para siempre algunos aspectos importantes que no terminarán de ser los que dañen al ser humano. La inteligencia artificial no puede hacer daño, solo ayudar quien se responsabiliza de sus decisiones es el ser humano.